¡Entraron
de nuevo animales al sitio!, se escuchó el grito de uno de los misioneros,
al ver cabritos nuevamente en el terreno que pertenecía a la misión. Esto era
complejo para nosotros, ya que lo sembrado era para consumo, por lo tanto,
siempre había que estar atentos y cuidar los primeros brotes de las verduras o
árboles que se habían plantado.
Rápidamente
uno de los líderes del lugar determinó que había que hacer algo pronto para
impedir que esto siguiera pasando. Sin pensarlo mucho dijo: “¡Hay que
poner estacas espirituales! ...” Yo pensé para mis adentros: “Esto
lo hemos hecho ya varias veces… y los cabritos y lugareños siguen entrando de igual
forma al terreno, ¿por qué será que no resulta?” En esos años yo creía todo
lo que me decían y aunque no me cuadraban del todo algunas de sus afirmaciones
doctrinales, finalmente siempre terminaba cediendo internamente, ya que te
enseñaban que esos cuestionamientos claramente provenían de tu poco
entendimiento y de la ceguera espiritual de la que eras preso; y para culminar su
argumento, sumaban a eso tu supuesta falta de fe. Esto último fue lo que
justamente el líder afirmó que pasaba, según su percepción de la situación, era
culpa de la falta de fe de los misioneros el que siguieran entrando animales y
personas ajenas al terreno de la misión.
Se
procedió entonces a juntar a todos los misioneros y realizar una caminata de
oración en el sitio para poner “Estacas Espirituales”. Cuando íbamos de camino,
se juntaron algunos palitos que servirían para enterrar en la tierra como
estacas visibles, de lo que pasaría espiritualmente. Nos detuvimos en uno de los
primeros lugares que designó el líder y nos indicaron que oráramos por
protección del lugar, oramos también para desatar el poder de Dios en aquel
terreno y atamos toda estrategia del diablo que tuviera planeada para nosotros
en aquel lugar. Todos pusimos nuestro mejor esfuerzo en hacer con fe dicha
oración y que finalmente funcionara.
Con
el pasar de los días, parecían haber funcionado las Estacas espirituales, pero
al cabo de unas pocas semanas, volvieron a entrar animales y también lugareños
y así fue por los cuatro años que estuve ahí. Incluso años después, no solo
seguían entrando animales, si no que los lugareños se tomaron el lugar de
manera violenta, alegando sus derechos sobre las tierras y otros temas por los
que ellos estaban molestos. A esto también se le suma que los alcaldes del
pueblo siempre trataron de que se les devolviese aquel terreno, alegando que
era una especie de patrimonio y que los papeles de venta del lugar no eran
verdaderos.
Claramente, no funcionó, ¿habrá sido por
nuestra falta de fe?, o ¿no atamos lo suficiente al diablo y siguió haciendo de
las suyas por doquier?, ¿qué fue lo que realmente pasó?
Evidentemente el hecho de que los animales entraran al sitio por algún lugar, no pasaba por nuestras manos, y era bastante lógico que con un terreno abierto en varias partes, los animales podrían entrar sin problema a pastar, aunque estuviese cubierto de estas “estacas místicas”. Tampoco era evidencia de nuestra supuesta constante falta de fe, ya que varios de los misioneros que ahí vivíamos teníamos un amor real al Señor y todo lo que hacíamos, lo realizábamos con la convicción de que era para nuestro Padre y los tiempos de oración grupales y personales solían ser fervorosos con los ojos clavados en nuestro Señor. (Por eso sigo con la esperanza de que algunos de ellos serán rescatados por el Señor, y ya lo está haciendo)
Pero
entonces, ¿qué pasó?. Todo comienza con una mala interpretación de las
Escrituras...
La principal de ellas, y en la que me enfocaré, es su interpretación del rol de satanás en la tierra, al que en muchas ocasiones le dan una autoridad similar o superior a la de Dios, diciendo que muchos de los males que nos sobrevienen como cristianos son producto solamente de la mano de satanás y que Dios, seguramente no se dio cuenta de lo que el diablo estaba haciendo, por lo tanto quedamos totalmente expuestos al poder del maligno y eso nos dañó. Frente a esto no encuentran más remedio que ponerse a atar, desatar, decretar, o declarar cuanta cosa se les ocurra... olvidado la obra de Cristo y su total suficiencia en nuestras vidas,
La Palabra nos enseña claramente que el diablo si existe, tanto en el Antiguo como en el Nuevo testamento vemos su constante actividad de mentir, tentar, dañar, y hacernos dudar de la soberanía y amor de nuestro Padre. Y sabemos también que estaremos expuestos a esto hasta que vuelva nuestro Señor. Aún así podemos ver siempre acompañando a cada una de las obras del diablo, la excelsa SOBERANÍA de Dios, ¡ohhh cuán agradecida estoy de poder degustarla cada día y descansar mi agitada alma en su reconfortante firmeza! cuando el Espíritu Santo nos hace conscientes en mente y corazón de su soberanía y nos permite ver esta dulce verdad en su Escritura, todo el escenario cambia. Cambia porque entendemos como dice el teólogo A. Pink "Decir que Dios es soberano es declarar que Dios es Dios. Decir que Dios es soberano es declarar que Él es el Altísimo, que “él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano, y le diga: ¿Qué haces?” (Dn. 4:35). Cuando discernimos esto, estamos lúcidos del mal, pero por sobre el, la victoria de nuestro Cristo y que nunca será destronado.
Un pasaje que abrió mis ojos fue el comienzo del libro de Job, en donde no solo observamos como satanás tiene un permiso otorgado por Dios para asechar a la humanidad, si no que en especifico es Dios mismo quien propone el tema: "Y Jehová dijo a Satanás: ¿No has considerado a mi siervo Job, que no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal? (Job 1:8) Amigo que lees esto, no hay absolutamente nada en la obra de satanás que pueda ir en contra de la voluntad de Dios para tu vida, aún aquellas cosas que nos han causado dolor, son parte del plan redentor para nuestra vida y salvación.
Esta y otras prácticas heréticas, son de las que hoy muchas iglesias en Latinoamérica están cautivas y que lamentablemente llevan a las personas a vivir un cristianismo místico, en dónde no solamente usan la oración como una práctica utilitaria que los proteja de males, sino que además transforman a Dios mismo en una especie de talismán, dejando de lado y sin valor alguno el conocimiento verdadero de las Escrituras, el cuál inevitablemente llevará a un alma nacida de nuevo a adorar y a deleitarse en Cristo mismo, a desear obedecer y a ser guiada por su Espíritu Santo.
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