Quizás
en medio del desorden de la pieza parecía todo muy confuso y más aún al
despertar cuando la vida misma no ha tomado su forma real y las ideas recién
comienzan a hacer el esfuerzo de acomodarse en la cabeza… aun así fue en medio
de ese escenario que al abrir los ojos y sentarme en la cama, vi la
Misericordia de Dios y entendí quizás, por primera vez, que era mucho más grande
de lo que yo lograba distinguir.
Ya
ha pasado más de un año desde que abrí los ojos y pude ver la triste condición
que me rodeaba. No fue fácil el proceso de despertar porque el dolor del engaño
es demasiado grande, sobre todo cuando son tantos años compartidos y también
hay tanto cariño de por medio. Asimismo, pude ver desde el principio el amor de
Dios, expresado tan concretamente en su misericordia al remecer mi espíritu en
medio de la burbuja en la que estaba y así poner temor en mi corazón de que, al
permanecer ahí, seguía haciéndome parte de cosas que bíblicamente no tenían
fundamento y que además moralmente no son dignas de ser vividas por nadie.
Esa
mañana de diciembre del 2020 me sentí libre otra vez después de muchos años y
estaba profundamente agradecida de Dios. Era una libertad muy similar a cuando
recién me convertí, volví a sentir esa emoción pura de abrir los ojos a la
realidad, a ese oxímoron precioso que se forma en la dolorosa alegría, en donde
ves la funesta situación en la que estás, pero al mismo tiempo estás siendo
rescatada, amada sin merecerlo y totalmente protegida.
Ya
no estaba sometida a la autoridad de una organización coercitiva, que me
controlaba y manipulaba bajo la fachada de lo que ellos llaman “cuidado
pastoral”, tenía libertad en Cristo de verdad, libertad sustentada en su
Palabra, la que por misericordia me había despertado, después de tantos años
nuevamente a su verdad.
“Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna” (Hebreos 4:16)